En boca cerrada no entran moscas
Comer es uno de los grandes placeres de la vida, para mí el más importante junto a dormir, lo cual es un gran problema dado que están mal vistos los kilitos de más y la suma de mis placeres es lo que conlleva, pero a mí me da igual y a mi novio también (lo cual es un consuelo enorme) así que procuro disfrutar de ellos todo lo que puedo. Por poneros un ejemplo, mis horas de sueño durante los fines de semana acostumbran a sobrepasar las 12 horas, y mi record durmiendo fueron 26 horas seguidas… y no, no estaba enferma, sólo tenía sueño, que le voy a hacer si soy dormilona.
Pero volviendo al comer, ya que comer es para mí un placer que disfruto con los cinco sentidos, me molesta enérgicamente que algo perturbe la labor de mi paladar.
Pongámonos en situación.
Estás disfrutando de un impresionante solomillo al punto con su salsa de roquefort por encima. Disfrutas cada vez que con un suave movimiento de cuchillo ves como se abre la carne, rojiza, tan blandita, tan aparatosamente irresistible que llegas a pensar que si los elefantes supiesen a solomillo montarías un criadero cual cerditos pero a lo grande, para los que sabemos comer bien. Por si la carne no fuese suficientemente tentadora y no despertase en ti ese deseo animal de devorarlo hasta que no quede ni un solo milímetro de carne por saborear… ahí está la salsa de roquefort, otro placer de dioses, sobretodo para los que tenemos cierto complejo de ratón. Esa salsa tan cremosa, resbalando por las laderas del adorado solomillo. Esa salsa que desearías comer a cucharadas o liarte a mojar pan.
El momento es glorioso, es casi como dar un beso cuando estás enamorado, que el mundo desaparece y no ves, oyes, y estás casi imperturbable por todo lo que esté fuera de vosotros dos. Parecido a eso es mi momento frente a un solomillo hasta que llega una de esas cosas que hace que te chirríen los dientes o te tiemble un párpado. Llega una de esas estúpidas manías que tienes pero que no puedes evitar que te saquen de quicio… Mientras se desata la pasión entre el solomillo y tú se escucha ese detestoso y característico sonido que producen las personas al masticar felizmente con la boca abierta, lo identificaremos como “ÑIAC ÑIAC ÑIAC…” (continuará)